lunes, 4 de junio de 2007

Me prometiste


Estaban cogidos de la mano. De pie. Inmóviles. Sintiendo como cada uno de esos milímetros de su piel rozaba con esa otra piel.

Tan distante, tan cercana. Tan diferente, tan parecida. A la vez.
El suave viento nocturno les acariciaba y parecía que el tiempo no existía.

- Me prometiste una luz sin igual. Algo nuevo que nunca había visto. Una sensación nueva que me hiciera brillar. - murmuró ella.

- A lo mejor me equivoqué. Y eso debí prometérmelo a mí mismo puesto que tu posees esa luz sin igual. Eres un hada alada como nunca antes había visto. Brillas. ¿No puedes ver tu brillo reflejado en mi rostro?

Ella le miró. Un instante. Fracción de tiempo diminuto, sensación efímera.

- Pero te aseguro... -prosiguió él - que con tu presencia robas el resplandor de las estrellas y desde la primera vez que me miraste eres tú mi único destino.

Un amago de sonrisa afloró en los labios de ella. Pero eso no era suficiente. Él continuo.

- Me hiciste prometerte la pasión desmedida del mar cuando la brisa acaricia su superficie. Pero lograste que me perdiera en el azul profundo de tus ojos y no me salvaste. Aunque tampoco permitiste que me ahogara. Quieres que me quede a la deriva, sin rumbo, esperando a que vengas a buscarme.

Ella cerró los ojos. Él exhaló un suspiro.

- Pero no lo haces. Te recreas en el dolor que me causa saberme abandonado y en el miedo que me turba, junto con las dudas que me roban la cordura cuando intento entenderte. Estás deseando que clame por las migajas de los besos que pactamos y llore pidiendo tu clemencia para mí. Eres orgullosa. Pero yo también lo soy. Y esperaré hasta que tu vengas a mí. Esperaré hasta que vengas o hasta que la demencia engulla mi sentido y mi razón.

- ¿Me quieres?

- Esa es una pregunta superflua.

Ella se puso delante de él y le besó suavemente.

Él rodeó su cintura con los brazos atrayéndola hacia sí.

Ella se abandonó a las caricias entregadas y, desde ese mismo instante, fueron un solo corazón latiendo al mismo ritmo.