martes, 8 de junio de 2010

Para mi...


Aunque parece un tema típico y utópico se me hace complicado porque es difícil no caer en los tópicos de siempre pero visto desde mi última experiencia creo que podré saltarme algunos y definirlo de otras maneras menos habituales.

Cuando eres joven, buscas el amor en forma de príncipe. Buscas una historia llena de romanticismo, de detalles, de versos dedicados. Un apuesto caballero que te salve de los dragones de tu vida y te lleve de la mano por jardines de ensueño donde te bese de la forma más tierna del mundo y te rodee con sus brazos sin pedirte nada más.

Si he de ser sincera, ya tuve mi relación principesca y fue magnífica. La terminé yo misma y alejé de mi al príncipe ideal porque estaba frustrada conmigo y con mi vida. Pero he de reconocer que si alguna vez fui y merecí el apelativo de princesa, fue cuando estuve a su lado.

Y pasó el tiempo. Creo que me desencanté mucho. Supusé que tal vez no era amor lo que existía en la vida real, que no es libros, canciones ni películas sino mis noches eternas pensando si encontraría alguien capaz de soportarme.

Y me topé, de repente, con un “quasipredator” de la vida. Con otro animal herido, capaz de ver mis heridas más allá de mi fachada.

Me ayudó a serenarme y a no sufrir gratuitamente.

Me enseñó que en el arrepintimiento de cada actuación estaba el castigo.

Pude ver el valor de un vínculo psíquico más allá de lo físico o de los ideales individuales de cada uno.

Sensaciones compartidas y secretos confiados bajo caricias que no buscaban otra cosa que hacerme sentir mejor.

Me susurró canciones al oido cosiendo recuerdos a mi piel y la suya.

Aprendí a ser una “miserable” de esas que disfruta la vida como puede y como quiere.

Supe valorar un beso entre mil, un piropo entre cien mil y una mirada entre un millón.

Me acarició con nocturnidad y alevosía, cada centímetro del cuerpo, cada milímetro del alma.

Juntos aprendimos a hablar, decir muchas cosas con una sola mirada y a enmascarar conversaciones privadas en un debate público sobre filosofía que poco o nada tenía que ver con nosotros.

Recorrió kilómetros por un abrazo insulso.

Prendió fuego a los miedos que me anulaban en la oscuridad de mi habitación.

Disfrutar de una tarde de domingo en el sofá nunca me costó tan poco.

Encontramos nuevos caminos de placer por los que caminar de la mano.

Negó mi dualidad ante la realidad de la muerte y el paso del tiempo.

Le dio significado a mi nombre.

Me di cuenta de que los mejores solos y dedicaciones de canciones no se hacen solo con una guitarra.

Le pidió al tiempo que respetara los lazos que nos unen.

Intentó sacarme del fuego sin quemarse.

Surgió de los escombros de la utopía para hacer frente a la desolación de la locura.

Me aceptó sin juzgarme, limitarme ni obligarme a cambiar lo más mínimo.

Ha bailado conmigo en el cielo, en la noche, en el campo, en la cama, en la barra de cualquier bar, enseñándome a perder la poca vergüenza que me quedaba.

Disfrute de abrazos de 20 minutos sin que se me pidiera nada a cambio.

Me urgió a luchar por mis sueños e ilusiones y me hizo darme cuenta de que aunque fueramos juntos por el camino, ninguno de los dos eramos el propio camino.

Supo ver la bella detras de mi faceta de bestia, y la bestia detras de la bella fachada.

Encontré apoyo y comprensión sin tener que pagar.

Comencé siendo alumna para terminar siendo maestra.

Y si todo esto no es amor, entonces realmente no existe.