lunes, 12 de marzo de 2007

La princesa que quería robar una mirada...


Había una vez una joven princesa, que como todas las princesas, era la más bonita del reino: sus ojos aguamarina enmarcados por ese lindo rostro sobre unos labios color carmín y enmarcados por una dorada cabellera rozaban la perfección. Pero como toda princesa, esta era muy caprichosa.


Un buen día, en el que se aburría, ordenó a una de sus sirvientas que le dejara la ropa para así poder escaparse al mercado, vestida de campesina, y pasar desapercibida. Y eso fue lo que hizo. La princesa pululó por el mercado curioseando a sus anchas y sin que nadie la molestara pues no parecía más que una campesina cualquiera.


En un instante, sus ojos se cruzaron con la mas bella mirada que hubiera visto jamas. Esos ojos pardos tenían el brillo robado de alguna estrella. Y la princesa anhelo poseer esos ojos. Mas esos ojos se perdieron entre la multitud. La princesa se demoró buscándolos entre la gente pero no logró encontrarlos por lo que no le quedó más remedio que volver a su flamante castillo. Pero la princesa no podía olvidar esa mirada de esos ojos color tronco de abedul. No podía. Y al no saber como hallarlos, languideció en su palacio, entre sedas, bordados y brocados. No comía, no dormía, no sonreía. Apenas se molestaba en respirar y exhalar algún suspiro que escapaba, caprichoso, de su boca. Hasta que llegó un punto en el que la princesa enfermó y tuvo que quedarse recluida en su cama de sábanas de seda.


Su padre, el rey, apesadumbrado por ver como su hija se marchitaba, hizo mandar un edicto a todas y cada una de las ciudades de su reino: aquel que lograra curar a su hija sería recompensado. A raiz de la gran recompensa ofrecida, miles de personas, médicos, brujos, curanderos, mercaderes y rateros, se presentaron en el palacio. Todos querían probar a curar a la bella princesita. Pero nadie lo lograba. El rey dio por imposible la mejoría de su hija cuando un joven, pobre y con sucias ropas, apareció en el castillo. El decía que la princesa, sólo con mirarle a los ojos, sanaría. El rey sonrió con cinismo y le indicó que si la princesa no mejoraba, le cortaría la cabeza. Pero el joven ratero estaba muy seguro de si mismo y fue conducido a los aposentos de la princesa. Cuando el joven se detuvo delante de la cama de la princesita, esta apenas pudo mirarle. Y cuando lo hizo, vislumbro esos ojos pardos, y el color volvió a sus mejillas. Una tímida sonrisa asomó a sus labios color carmesí y su padre, el rey, lloró de alegría.


La princesa, entonces, volvió a comer, a dormir y a sonreir. Había encontrado por fin esos ojos que la había obnubilado. Pero también se había dado cuenta de que no se podían comprar ni poseer por la fuerza. No. Tenía que aprender a conquistarlos, con sonrisas y caricias al alma. Entonces la princesa, se preocupó en reponerse rapidamente para así iniciar la conquista de esos ojos. Para así poder presumir algún día que el brillo robado de alguna estrella que tenían esos ojos, refulgía sólo por ella.



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La estuve rumiando mucho tiempo. No es nada del otro mundo pero me quedo graciosa, cuando menos. Pero me ayudo a pensar.

Suena ---> "La Leyenda del Hada y el Mago" de Rata Blanca

1 comentario:

Anónimo dijo...

Primero darte la bienvenida a esto de los blogs.
Luego decir que siempre escribes cuentos cortos qu eestan muy bien, a ver cunado te complicas mas y llegas al relato largo.

Sigue así.